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Crónicas de Bajmut - T-72B3
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- Marcos Tarre
- @marcostarre
Cuando supe que estaba allá, llamé. Su hermana me dio un número de WhatsApp.
Marqué varias veces. Un día me atendió. No se sorprendió por mí llamada.
Me dijo que quería contarme algunas cosas…
Le pregunté si podía publicarlas. Soltó una carcajada.
“Carajo, para eso te las cuento”…
T-72B3
Dicen que el tanque T-72 es anticuado, obsoleto, una mierda… Pero cuando se te viene uno encima, achatado, echando humo negro, rugiendo el motor, soltando ramas del camuflaje, la torreta girando, el cañón de 125 milímetros buscando blancos, la ametralladora DshK oscilando hacia un lado, sonando a metal, oliendo a diesel, aceite viejo y muerte, y sientes la tierra, la hierba, las ramas vibrando y tu tiemblas con ellas, hundido, fundido en el barro, empuñando una carabina C4 con el casco táctico, el chaleco antibalas, los pertrechos y cargadores, el radio transmisor descargado, el uniforme camuflado, todo inútil contra ese monstruo… Te cagas, simplemente te cagas… Te dices, ahora sí me tocó… Mala leche, podía pasar, está pasando. Esta vez me tocó a mí. Los dientes se entrechocan en tu boca, las manos no coordinan para insertar un cargador en el fusil de asalto… ¿Para qué? ¿Le vas a disparar y hacer más evidente que estás ahí, entre esas ramas y alta hierba, tratando de hundirte en el barro? Si no te mueves… Si te quedas inmóvil, si se desvía un metro… Quizás no me vea, pero si no cruza me va a aplastar y no se darán ni cuenta… Escoger el tipo de muerte. Despedazado por esa oruga que escupe barro y hierba o acribillado por proyectiles 7.62 de la ametralladora coaxial… Puta mierda… Tensas los músculos, si logro deslizarme un poco, arrastrarme, hacerme invisible. Frenar el instinto, la reacción natural, pararte y salir corriendo, levantar las manos, rendirte…
El rugido me envuelve, sólo veo la masa verde, enorme y sucia, que, con un escándalo de metales y escupiendo una humareda negra, súbitamente cambia el sonido del motor V12, patina sobre el barro y se detiene. Su antena vibra en el aire, como una serpiente, las piezas de blindaje reactivo tiemblan, los faldones de las orugas se estremecen, los morrales, cajas y enseres que los tripulantes cuelgan por los costados de la torreta, saltan y vuelven a su posición original.
El monstruo se detuvo. No porqué me vio, no porque se compadeció de mí, no. Se detuvo porqué le dio la gana… e igual puede volver a arrancar en cualquier momento. Lo sabré por el rugido del motor… Oigo voces, risas… Los tres malditos rusos hablan entre ellos, se ríen… Puede ser mi oportunidad. Estoy a tres metros de su trompa inclinada, cubierta de ramas, barro fresco y tierra seca, cubriendo la gran Z blanca mal pintada. Si me quito todas las insignias, las marcas verdes de los brazos y del casco, escondo el fusil, pueden confundirme con un ruso… Quizás sí… Moviéndome lo menos posible arranco las gruesas bandas de cinta adhesiva verde… Me quito el casco táctico, lo escondo entre las ramas, al lado de la carabina C4, logro despegar la banderita azul y amarilla de mi hombro derecho. Respiro. El temblor continúa.
Bastantes tanques T-72 B1V vi desfilando, pero esto es otra cosa, otra dimensión, otro mundo, otra historia, esta es mi historia, mi vida… Esta es mi vida. Pienso si debo levantarme, dudo, no me atrevo, pero tampoco puedo quedarme ahí. Un nuevo sonido. Distinto, la escotilla del comandante se abre, rebatiéndose hacia el frente. Se asoma una cabeza, con el grueso casco negro acolchado en la cabeza. No me ha visto. Todavía no me ha visto. Es el momento de rendirme. Alzar la mano, gritar: “YA drug, ya sdayus, tovarishch” o algo así, para llamar su atención. No sé nada más en ruso. No me sale la voz. Trago saliva.
-Marcos, no te puedes imaginar lo que pasó… Justo cuando levanté la mano, una estela surgió por la derecha y encima del T-72 se convirtió en una bola de fuego. Envolvió al tanque, lo levantó del piso, la torreta se desprendió y saltó hacia arriba varios metros, mientras el cuerpo decapitado del comandante giraba en el aire, sus intestinos revoloteando como serpentinas en una nube rosada. El mundo se llenó de fuego y metal. La tierra y piedritas a mi alrededor saltaron y yo con ellas, sentí que una fuerza incontrolable me lanzaba hacia atrás y todo se puso negro.
Abrí los ojos, no sé cuanto tiempo después. Tenía barro y sangre caliente en la boca. Me pasé el dorso de la mano por la cara y miré el guante manchado de rojo. Reinaba un silencio extraño, en el que existía un largo pitido de fondo. Respiré y me entró una bocanada caliente e inmunda. Escupí tierra y sangre. Sentí que me sacudían y volteé asustado. Era Conan, un alegre gigante irlandés del Batallón Vovkodav.
-Hi, man, how are you?
Su voz me llegó lejana, como a través de un filtro. Tardé unos segundos en poder responder.
-I don't know…
-Fuck, man, you are blooding… Can you walk?
Me ayudó a levantarme. Las piernas me temblaban, cada centímetro del cuerpo comenzaba a dolerme. Conan miró sonreído y señaló los restos en llamas del T-72.
- San Javelin?
-No… I think it was a NLAW…
-What’s your name?
-They call me Marak…
-Marak? That’s not a name…
-Marak, yes, because I’m maracucho…