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Nuevos autócratas implosionan a las instituciones democráticas

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Charlie Chaplin from the 1940 film The Great Dictator - Wikimedia Commons

Francisco Olivares

Buscan permanecer eternamente en el poder, cuestionan los valores democráticos, encarcelan a los adversarios políticos y cuando pierden la influencia y liderazgo gobiernan a través de la fuerza. Pero un “líder fuerte” no puede mantenerse sin un proyecto y una economía sólida que lo sostenga.

El siglo XXI ha traído un auge de autócratas o “líderes fuertes” que llegan al poder con el fin oculto de permanecer indefinidamente. Esa peligrosa tendencia está normalizando un nuevo modelo político que antepone sus puntos de vista por encima de la sociedad o instancias creadas en democracia. Gran parte de estos regímenes han surgido en países democráticos, con procesos electorales libres o parcialmente libres. Una vez en el poder se van transformando y asumen todo el control del país, las instituciones y de sus ciudadanos. En ellos no falta el culto a la personalidad.

En 2023 fue el año número 18 consecutivo en el que se registró una disminución significativa de las libertades democráticas a nivel mundial. Sólo 21 países mejoraron su calificación en comparación con el año anterior, de acuerdo al índice de libertades publicado por Freedom House en su informe “Libertad en el Mundo 2024”. La organización determinó que en 2023 sólo 84 de 210 países y territorios evaluados eran libres, mientras que 59 lo eran parcialmente y 67 eran países o territorios sin libertad.

“El ascenso de líderes autoritarios en todo el mundo ha cambiado la esencia de la política internacional. Ahora nos hallamos en medio del ataque global más prolongado que han sufrido los valores democráticos liberales desde la década de 1930”, señala el periodista británico, Gideon Rachman, en su libro “La era de los líderes autoritarios” publicado en 2022.

Otro analista, Moisés Naím, en su libro “La venganza de los poderosos” de 2024, hace una sentencia mucho más grave al advertir que “la democracia es una especie en peligro de extinción” y sostiene que “en todo el mundo las sociedades libres se enfrentan a un enemigo nuevo e implacable que no tiene ejército ni armada; no procede de un país que podamos señalar en un mapa; está en todas partes y en ninguna parte porque no está ahí afuera sino adentro. En lugar de amenazar a las sociedades libres con la destrucción desde el exterior, como lo hicieron los nazis y los soviéticos, las amenazan con corroerlas desde su interior”.

Por su parte Richman, corresponsal del “Financial Times”, apunta que “los líderes fuertes de hoy en día se mueven en un entorno político global muy distinto al de los dictadores de los años treinta. Las guerras entre grandes potencias ya no son habituales. La globalización ha transformado la economía mundial. La propagación del derecho internacional ha generado nuevas expectativas sobre el comportamiento de los líderes internacionales. Pero las tecnologías del siglo XXI están brindando a los líderes fuertes nuevas maneras de comunicarse directamente con las masas, así como peligrosas herramientas de control social, como la capacidad para rastrear los movimientos, comportamientos y reacciones de los ciudadanos. Esas herramientas podrían fortalecer el giro autoritario del siglo XXI”.

Según datos del proyecto de investigación Variedades de la Democracia (V-Dem), el 72% de la población mundial, 5,7 billones de personas, vive actualmente en autocracias cerradas. En gran parte de ellas existen elecciones que son controladas por autócratas.

El autócrata latinoamericano

El caso venezolano fue un hito fundamental en Latinoamérica con el advenimiento de estos nuevos autócratas a comienzo de siglo, con el ascenso de Hugo Chávez al poder y su influencia en el continente. Aún sin haber tenido una trayectoria política anterior, el teniente coronel, a partir de un fracasado golpe de Estado, siete años antes, contra un presidente electo, logró acceder a la presidencia en Venezuela en 1999 en elecciones libres, protegidas por la institucionalidad democrática, y se convirtió en una figura mítica que permaneció en el poder hasta el día de su muerte en 2013.

Once años después de su desaparición, su heredero designado, Nicolás Maduro, ha logrado mantenerse en el poder con el sistema democrático totalmente devastado. ¿Puede considerarse a Maduro un “líder autoritario” de las nuevas generaciones o es sólo un heredero del legado carismático que una vez sembró Hugo Chávez?

Un mito sin construcción

La influencia que logró Chávez sobre gran parte de la población, no solo en muchos venezolanos, sino que se extendió a otras naciones, no ha podido ser traspasada a sus herederos y hoy se ha ido extinguiendo a pesar de la permanencia del modelo autoritario implantado desde comienzos de siglo.

¿Puede equipararse Maduro a otros autócratas como Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Xi Jinping, Viktor Orban o Daniel Ortega? Es una interrogante que ha quedado sin respuesta porque se trata de un jefe de Estado sin ninguna obra tangible, sin una trayectoria de respaldo o una formación sustancial que explique cómo ha podido mantenerse en el poder durante 11 años al frente de un modelo de gobierno no democrático que heredó del “líder autoritario”.

Cuando Chávez arribó al poder en 1999, Venezuela ocupaba el primer lugar en Latinoamérica en ingresos per cápita; su principal fuente de ingresos, el petróleo, exportaba más de tres millones de barriles diarios y PDVSA poseía 22 refinerías ubicadas en varias partes del mundo. Había libertad económica y grandes firmas internacionales tenían industrias instaladas en el país. A la fecha de hoy, 80% de esa estructura ha desaparecido.

Esa riqueza le permitió a Chávez desarrollar una fuerte maquinaria de propaganda para fortalecer su imagen carismática, conquistar aliados internacionales ofreciendo dádivas, precios preferenciales en energía y promovió alianzas con las autocracias más radicales del planeta y líderes afines con sus ideas socialistas y adoptó una postura contra las democracias occidentales.

El psicólogo Axel Capriles Méndez, quien fue un agudo observador de la figura de Chávez, en una entrevista publicada en mi libro “Los últimos días de Hugo Chávez”, indicó que desde sus inicios como presidente movilizó un centro político de construcción de héroes porque en esa época no había hecho nada que pudiera darle un alto nivel en la historia de las transiciones.

Desde su campaña electoral y los primeros años de gobierno se promovió su figura a partir de su simpatía, mensajes de venganza y propaganda. En sus 13 años en el poder no dejó ninguna obra relevante; en su último año de vida comenzó a sentirse en profundidad el deterioro económico del país, la destrucción de sus industrias, los efectos de las expropiaciones y la corrupción tomó vuelo.

Capriles Méndez explica que con su muerte se intentó ir más allá, buscar una transcendencia mítica, que supera lo humano, convertirlo en un héroe mítico, en una deidad, en un semi-dios. Al no sepultarlo, intentar embalsamarlo para exponerlo eternamente en el Cuartel de la Montaña, pasó a otra categoría reservada para muy pocos seres humanos. Un esfuerzo publicitario intentó convertirlo en un símbolo sin paragón, en semilla viva de la venezolanidad, pero, “la simpatía y la propaganda no son suficientes para construir una imagen mítica, no pasan la prueba del tiempo”.

“Chávez sin duda era un hombre simpático y ocurrente, hábil con su mimetismo psicopático. Pero fue también un hombre fatuo y vacío, un ser incapaz, que en términos sustanciales no aportó absolutamente nada al desarrollo del país. Fue un encantador de serpientes con una gran capacidad oratoria dispuesta a decir lo que la gente quería escuchar. Pero fue un fracaso en el terreno de los hechos, nulo en transformaciones reales. Solo fue una personalidad narcisista que usó el dispendio y el derroche para que la gente lo amara. Es por ello que su mito no logró cuajar y poco a poco su figura se ha ido desvaneciendo. Con el tiempo se convertirá en un antihéroe que por sus proyectos narcisistas destruyó a una sociedad entera” asevera el psicoanalista junguiano y doctor en Ciencias Económicas.

El nacimiento de una autocracia cerrada

El giro definitivo para considerar a Venezuela como una “autocracia cerrada” se consolidó a partir del proceso electoral del 28 de julio de 2024. Esa calificación ya había sido considerada por importantes organizaciones y academias que estudian los procesos políticos en el mundo. Una de ellas, V-Dem Regional Center, calificó al modelo de Nicolás Maduro en su informe de 2023 en ese estándar acompañando a Cuba y Nicaragua en el renglón de Latinoamérica.

Esa clasificación indica que en el país hay: Ausencia de elecciones multipartidistas y de componentes democráticos fundamentales como libertad de expresión, asociación y elecciones libres y justas, entre otras variables. Estos componentes, que se profundizaron a partir del ascenso al poder de Maduro, llevaron a Venezuela a pasar de ser una “autocracia electoral” a esta de hoy “cerrada” a todos los valores democráticos.

Autocracia sin liderazgo

De manera que, si bien, Maduro se forjó una carrera dentro de las filas del chavismo en cargos gubernamentales, su trayectoria, a diferencia de los más reconocidos autócratas de hoy, no se desarrolló por su formación o historial político. Su ascenso se inició con su designación por Chávez, avalada por Cuba, antes de su muerte, como presidente encargado. Su llegada como presidente electo en 2013 resultó de un proceso electoral con muy bajos niveles de libertad y cuestionados resultados.

En las elecciones parlamentarias de 2015 se puso en evidencia la pérdida de las bases sociales del chavismo-madurismo y en los años siguientes la caída en apoyo social se profundizó. El rechazo al gobierno de Maduro resultó más evidente con el proceso electoral de julio de 2024. Fueron unas elecciones, aún menos libres con la inhabilitación del candidato unitario más importante del sector opositor. Son elementos que identificaron el gobierno de Venezuela como una “autocracia cerrada” con mayor claridad a los ojos del mundo.

Las elecciones venezolanas del 28 de julio sorprendieron al gobierno de Maduro y no les funcionó el plan de controlar el sistema automatizado. Sus propias bases de activistas, gran parte de ellas descontentas, trabajaron en el aparato electoral, actuaron bajo ciertas normas regulares y no pudieron aplicar todo lo previsto.

De allí que el organismo electoral, aún controlado en su mayoría por fichas del madurismo, no pudo demostrar ante el mundo el resultado oficial dictado por el CNE que dio el triunfo a Maduro sin mostrar las actas.

No hay líder sin proyecto de país

Con ese hecho Nicolás Maduro se ubicaría en los estándares de los nuevos autócratas, pero sin base social de apoyo, con una estructura económica debilitada solo apoyado en una alianza internacional importante con las autocracias más consolidadas.

Sus principales aliados han sido la Rusia de Putín, con un proyecto geopolítico que busca devolver a Rusia a los tiempos imperiales; los ayatolás de Irán que se proponen una guerra contra la cultura occidental; la China de Xi Jinping, quien cambió las reglas de juego, al abolir los límites en el mandato como presidente, para mantenerse ilimitadamente en el poder como (secretario general del Partido Comunista desde 2012, presidente de la República Popular de China) y su proyecto de situar al país asiático como primera potencia, sin abandonar la tradición maoísta donde el Partido Comunista “es el líder de todos” y él, el líder del partido.

Todos ellos ambicionan convertir sus países en imperios militares y económicos, expandir sus territorios y destronar a occidente y sus democracias de los primeros lugares de las más importantes economías del mundo.

A pesar de los años del chavismo y Maduro en el poder y la ayuda que pudiera recibir de las autocracias aliadas, Venezuela no podría considerarse como una autocracia consolidada. El peso de su historia democrática, ausencia de un liderazgo reconocido para consolidar un régimen fuerte, sin un sólido proyecto político, una población consciente de la minusvalía económica y el atraso al que han conducido al país, hacen poco viable el mantenimiento del actual modelo de manera indefinida.